lunes, 23 de enero de 2012

A comentar


Por qué SOPA y PIPA son malas ideas.
Clay Shirky.
Empezaré con esto: Un cartel escrito a mano que vi en una panadería familiar de mi antiguo barrio en Brooklyn hace unos años. El local tenía una de esas máquinas para imprimir en placas de azúcar. Los niños podían llevar dibujos y allí les imprimían una placa para decorar la torta de cumpleaños.

Por desgracia, uno de las cosas que amaban dibujar eran las caricaturas. Les gustaba dibujar a La Sirenita a los pitufos, al ratón Mickey. Pero resulta que era ilegal imprimir los dibujos del ratón Mickey en la placa de azúcar. Violaba la propiedad intelectual. Vigilar la propiedad intelectual en las tortas de cumpleaños era una molestia tal que College Bakery dijo "Saben qué, abandonaremos el negocio. Si eres aficionado ya no tendrás acceso a nuestra máquina. Si quieren decorar una torta con dibujos tienen que usar una imagen del catálogo sólo para profesionales".

Y ahora hay dos leyes en el Congreso. Una se llama SOPA y la otra PIPA. SOPA significa "Ley de freno a la piratería en línea". Viene del Senado. PIPA se abrevia PROTECTIP, que es acrónimo en inglés de "Prevenir amenazas reales en línea a la creatividad económica y el robo de la propiedad intelectual", porque los congresistas que ponen estos nombres se nota que disponen de mucho tiempo. Y tanto SOPA como PIPA pretenden esto. Quieren aumentar el costo de la propiedad intelectual hasta que las personas abandonen el negocio de ofrecer estas posibilidades a los aficionados.

Y proponen hacerlo identificando a los sitos que infringen ostensiblemente la propiedad intelectual. Los proyectos de ley no aclaran cómo van a identificar a esos sitios, pero quieren eliminarlos del sistema de nombres de dominio. Quieren sacarlos del sistema de nombres de dominio. El sistema de nombres de dominio convierte nombres legibles como google.com en esas direcciones que esperan las máquinas 74.125.226.212.

El problema de este modelo de censura, de identificar un sitio y tratarlo de eliminar del sistema de nombres de dominio, es que no funcionará. Y uno pensaría que es un problema bastante grande para una ley pero al parecer al Congreso no le ha molestado demasiado. Pero no funcionará porque se puede ingresar 74.125.226.212 en el navegador o ponerlo en un enlace o encontrarlo en Google. La cantidad de vigilancia en torno al problema es lo preocupante de la propuesta.

Pero para entender cómo llega el Congreso a redactar un proyecto de ley que no cumple su objetivo declarado pero que tiene muchos efectos secundarios perniciosos hay que entender un poco la historia de fondo. La historia de fondo es que SOPA y PIPA, como legislación, en gran parte son producto de las empresas de medios fundadas en el siglo XX. El siglo XX fue un gran momento para las empresas de medios porque por todos lados había escasez. Si tenías un programa de TV no tenía que ser mejor que todos los programas de la historia; sólo tenía que ser mejor que los otros dos programas que había al mismo tiempo; un umbral muy bajo de competencia. O sea que con un contenido promedio uno tenía, gratis, un tercio del público de EE.UU., decenas de millones de usuarios sin hacer nada demasiado exigente. Era como estar autorizado a imprimir dinero y tener un barril de tinta gratis.

Pero la tecnología fue avanzando. Y, muy lentamente, a fines del siglo XX empezó a erosionarse esa escasez y no me refiero a la tecnología digital, sino a la analógica. Cintas de casete, grabadoras de vídeo, incluso la humilde fotocopiadora abrieron oportunidades para que nos comportemos de forma que asombró a las empresas de medios. Porque resultó ser que no somos adictos a la televisión. No nos gusta solamente consumir. Nos gusta consumir pero cada vez que aparecen nuevas tecnologías resulta que también nos gusta producir y compartir. Y esto asustó a las empresas de medios, las asustó en todo momento. Jack Valenti, el agente principal de la Asociación Cinematográfica de EE.UU., una vez comparó a la feroz grabadora de vídeo con Jack el Destripador y al pobre e indefenso Hollywood con una mujer sola en su casa. Ese era el grado de retórica.

Por eso las industrias de medios rogaban, insistían, exigían que el Congreso hiciera algo. Y el Congreso hizo algo. A principio de los 90, aprobó la ley que lo cambió todo. Es la ley de grabación de audio de 1992. La ley de grabación de audio de 1992 decía que si las personas hacen copias de la radio y luego hacen mezclas para sus amigos eso no es un crimen. Está bien. Grabar, remezclar y compartir con los amigos está bien. Pero si uno hace muchísimas copias de alta calidad para venderlas eso no está bien. Pero el asunto de las copias bueno, está permitido. Pensaron que habían aclarado el problema estableciendo una distinción clara entre las copias legales y las ilegales.

Pero las empresas de medios no querían eso. Querían que el Congreso prohibiera las copias y punto. Por eso cuando se aprobó la ley de grabación de audio de 1992 las empresas de medios desistieron de la idea de lo legal contra lo ilegal en las copias porque estaba claro que si el Congreso actuaba en ese marco ampliaría los derechos ciudadanos de participación en el entorno mediático. Por eso optaron por el plan B. Les llevó bastante tiempo idear el plan B.

El plan B cobró forma definitiva en 1998; se llamó "Ley de propiedad intelectual en el milenio digital". Era una legislación complicada, con muchos resortes legales. Pero la Asociación Cinematográfica quería legalizar la venta de material digital no duplicable El pequeño detalle es que tal cosa no existe. Sería, como dijo una vez Ed Felton, "Como distribuir agua no mojada". Los bits se copian. Así operan las computadoras. Es un efecto secundario de sus operaciones comunes.

Por eso para fingir que era posible vender bits no duplicables la Asociación Cinematográfica hizo obligatorio el uso de sistemas que impidieran la copia en los dispositivos. Cada reproductor de DVD, consola de juegos, televisor o computadora que lleváramos a casa sin importar qué pensábamos cuando los compramos podían ser bloqueados por la industria de medios si ellos quisieran poner eso como condición de venta del contenido. Y para asegurarse de que no nos daríamos cuenta o de que no activaríamos esas capacidades en los dispositivos de propósito general también prohibieron que pudiéramos reactivar la posibilidad de copiar ese contenido. La Asociación Cinematográfica marca el momento en el que las empresas de medios abandonan la distinción entre legal e ilegal y directamente trata de impedir la copia por medios técnicos.

La Asociación Cinematográfica causó muchas complicaciones, y sigue en eso, pero en este ámbito, de frenar el intercambio, no ha tenido mucho éxito. La razón principal por la que no funcionó es que Internet resultó ser mucho más popular y potente de lo imaginado. La música mezclada en casa o los cuentos de fans no existen comparado con lo que vemos hoy en Internet. Estamos en un mundo en el que gran parte de los ciudadanos de EE.UU. de más de 12 años comparten cosas en línea. Compartimos textos, imágenes, audio y video. Algunas cosas que compartimos son propias. Otras cosas las hemos encontrado. Algunas de las cosas que compartimos son producto de lo que hicimos con lo que encontramos y todo esto horroriza a esas industrias.

PIPA y SOPA son la etapa 2. La Asociación Cinematográfica fue drástica: queremos entrar a tu computadora, queremos entrar a tu televisor, a tu consola de juegos, y evitar que haga lo que en la tienda dijeron que haría; PIPA y SOPA son medulares; dicen: queremos ir a cualquier parte del mundo y censurar contenido. El mecanismo para lograrlo, como dije, es sacar a todos los que apunten a esas direcciones IP. Hay que sacarlos de los motores de búsqueda, sacarlos de los directorios que están en línea, sacarlos de las listas de usuarios. Y dado que los mayores productores de contenidos de Internet no son Google ni Yahoo, somos nosotros, somos el objeto de la vigilancia. Porque al final la amenaza real para la promulgación de PIPA y SOPA es nuestra capacidad de compartir unos con otros.

El riesgo de PIPA y SOPA es invertir un concepto jurídico antiquísimo: uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario, y cambiarlo a culpable hasta que se demuestre lo contrario. No se podrá compartir hasta que no demostremos que no compartimos algo que no les gusta. De repente, la carga de la prueba de legal vs ilegal cae sobre nosotros y sobre los servicios que podrían ofrecernos nuevas opciones. Y aunque costara 10 centavos vigilar a un usuario, eso destruiría un servicio de cien millones de usuarios.

Esa es la Web que tienen en mente. Imaginen este cartel en todos lados salvo que en vez de decir College Bakery imaginen que dice YouTube Facebook y Twitter. Imaginen que dice TED, porque los comentarios no pueden vigilarse a costos aceptables. Los efectos reales de SOPA y PIPA serán diferentes a los efectos propuestos. De hecho, la amenaza es esta inversión de la carga de la prueba por la que, de repente, nos toman a todos por ladrones en momentos en los que tenemos la libertad de crear, para producir o compartir. Y la gente que nos brinda esas posibilidades los YouTubes, los Facebooks, los Twitters y los TEDs se ocuparán de vigilarnos o están a la caza de infracciones.

Hay dos cosas que pueden hacer para frenar esto. Una cosa es simple, la otra complicada. Una es fácil y la otra difícil. La cosa simple, la cosa fácil, es esta: si son ciudadanos estadounidenses llamen a sus representantes, a sus senadores. Si miramos quiénes firman el proyecto de ley SOPA o los que firman PIPA verán que han recibido en forma acumulativa millones y millones de dólares de las industrias de medios tradicionales. Uds. no tienen millones y millones de dólares pero pueden llamar a sus representantes y recordarles que Uds. votan, y pueden pedirles que no los traten como ladrones y sugerirles que Uds. prefieren que no destruyan la Web.

Y si no son ciudadanos estadounidenses pueden contactar a sus conocidos en EE.UU. y animarles a que hagan lo mismo. Porque esto parece un asunto nacional pero no lo es. Estas industrias no se contentarán con destruir nuestra Web. Si la destruyen, lo harán en todo el mundo. Esa es la parte fácil. Eso es lo simple.

Lo tarea difícil es estar listos porque hay más. SOPA es otra versión de COICA, propuesta el año pasado, que no se aprobó. Y todo se remonta al fracaso de la Asociación para impedir el intercambio por medios técnicos. Se remonta a la ley de grabación de audio que horrorizó a esas industrias. Porque todo este asunto de sugerir que alguien infringe la ley y luego juntar evidencia para aportarla, todo resulta muy complicado. "Preferiríamos no hacerlo", dicen las industrias de contenidos. Buscan evitar hacer eso. No quieren distinciones legales entre intercambio legal e ilegal. Quieren que el intercambio se acabe.

PIPA y SOPA no son rarezas, no son anomalías, no son eventualidades. Son una vuelta de tuerca más del engranaje que ha estado actuando durante 20 años. Y si lo derrotamos, como espero que suceda, aún falta más. Porque hasta que convenzamos al Congreso de que la forma de tratar las faltas a la propiedad intelectual es como se hizo con Napster o YouTube, que es con un juicio adecuado, con presentación de pruebas, hechos, y evaluación de resarcimientos como en las sociedades democráticas. Esa es la manera de manejarlo.

Mientras tanto lo difícil es estar preparados. Porque ese es el mensaje de PIPA y SOPA. Time Warner quiere que todos nosotros volvamos al sofá a consumir -no a producir, ni compartir- y deberíamos decir "No".

Gracias.